23.
A la mañana siguiente, Ace ya se había levantado y vestido cuando Caitlin salió del dormitorio. Como les pidió a sus hermanos que se fueran adormir temprano ayer por la noche, ya habían adivinado que su noche con Caitlin había sido trascendental. Su entrada en la sala principal confirmó sus sospechas.
—¡Buenos días a todos! —sonrió tímidamente cuando se acercó a la mesa. Se paró al lado del codo de Ace, dejó que su sonrisa se apagara ligeramente. Echó un vistazo a cada uno de sus hermanos—. Yo, mmm, supongo que os debo una disculpa a todos. Seguro que todavía estáis muy enfadados conmigo, ¿eh?
Joseph le guiñó un ojo.
—¿Parezco loco?
—No —dijo con cautela.
—Bueno, entonces, supongo que no lo soy —Las comisuras de sus labios se torcieron—. Mirando hacia atrás, en realidad, no me lo habría perdido por nada. Nunca he visto a nadie atacar a un tubo de estufa con un atizador antes.
—¿Eso significa que estoy perdonada?
Los hermanos de Ace sonrieron.
—Sólo si prometes que no vas a quemarla cena otra vez —hizo que se comprometiera Esa.
—Nunca a propósito otra vez, de todos modos —prometió Caitlin, luego continuó hacia la cocina—. ¿No hace un día absolutamente glorioso?
Joseph bostezó, se rascó la cabeza y lanzó una mirada por la ventana al cielo nublado.
— Oh, sí… —Cuando Caitlin desapareció en la cocina, batiendo sus pestañas sonrió a Ace.
—¿Le diste unas lecciones de natación ayer por la noche, hermano mayor?
—Cállate.
Esa dejó de masticar la tostada que acababa de meterse en la boca. Con los trozos a medio masticar, dijo,
—¿A dónde fuiste a nadar? ¿Al arroyo?
Joseph se echó a reír y se rascó el lado de su nariz. Caitlin volvió a entrar en la sala justo en ese momento, acunando una humeante taza de café entre sus palmas. Se sentó a la mesa cerca del codo de Ace, le dedicó una tímida sonrisa y empezó a ponerse alarmantemente roja.
¿Por qué se sonrojaba? Ace no lo sabía. Después de todo, no había pasado nada.
Levantó la taza, bebió un gran trago de café, que le quemó el pelo de la lengua y le borró las amígdalas. Con lágrimas cayendo de sus ojos, tosió. Todos en la mesa, excepto Joseph, le dirigieron una mirada curiosa.
Ace hizo señas con la taza.
—Sí que está el café caliente.
Caitlin tomó con cautela un sorbo.
—Mmm —El rubor en su rostro comenzó a desaparecer. Echó un vistazo a cada uno de sus hermanos—. ¿Qué planes tiene todo el mundo hoy?
Ace tenía intención de hacer el amor con su mujer en la primera ocasión que tuviera, pero tenía negocios que atender primero.
—Tengo que pasar la mañana en la ciudad.
—Esa y yo tenemos un tramo de valla que reparar —expuso David
Joseph se encogió de hombros.
—Yo pensaba arreglar la rueda del carro y luego quitar hierbas en el jardín. Después de eso, como siempre donde mi nariz me lleve, supongo.
Caitlin les dirigió otra sonrisa.
—Yo pensé en hacer rollos de canela. ¿Suena bien?
No sonaba tan bien como conseguir que fuera sola al dormitorio y levantarle la falda, pensó Ace irónicamente. Con un poco de suerte, se vertería en ella tan duro y rápido, que no daría tiempo a que se levantara la levadura del pan.
¿Y era apenas nada? Jesucristo.
Más tarde esa mañana, cuando llegó a la ciudad, Ace ató su caballo detrás del establo, su esperanza era poder deslizarse por la calle a la oficina de Barbary Coast Hipotecas sin que nadie se diera cuenta. Cuantas menos personas lo vieran entrar en el edificio, mejor. Hasta que consiguiera enderezar las cosas en No Name, no podía darse el lujo de que nadie lo relacionara con la compañía que había financiado la compra de tantas parcelas de tierra a lo largo de la ruta del ramal ferroviario propuesto.
Aunque la relación con Caitlin había dado un giro definitivo, para mejor anoche, todavía era frágil. Una chica que había sido traicionada tan cruelmente por su propio padre no era probable que tuviera fe en un hombre. No podía arriesgarse a que conociera, accidentalmente, sus muchos engaños hasta haber corregido la situación. Entonces, y sólo entonces, le diría la verdad sobre todo, cuando tuviera la prueba en blanco y negro de que había cambiado de actitud.
A pesar de su tensión por ser visto, Ace se divirtió al atrapar a John Parrish, el supuesto propietario del Barbary Coast Hipotecas, escribiendo una carta de amor a su prometida, Edén. Era una carta de amor, si el rubor que se deslizó por el cuello de John cuando vio entrara Ace era una pista. Después de guardar la carta en un cajón, se levantó disparado del escritorio como si la silla quemara.
—¡Ace! —Miró preocupado a las ventanas—. ¿Qué haces aquí?
Excepto por otra vez, Ace nunca visitaba a John en la oficina. En el pasado, cada vez que había tenido que hablar con el hombre más joven, había empujado una nota a través de la puerta de su habitación del hotel, para organizar una reunión en otro lugar.
—Ha habido un ligero cambio de planes —le dijo Ace suavemente. Giró la silla de respaldo recto delante del escritorio Bonn, se sentó a horcajadas sobre el asiento y cruzó los brazos sobre el respaldo—. ¿Tienes un momento?
Elegante y formal con su traje de tweed a medida, John se acercó a cerrar la puerta y echar las cortinas. Al verlo, Ace pensó que no era de extrañar que la gente de No Name hubiera aceptado también a John en su papel de dueño de la agencia hipotecaria, había nacido para interpretar el papel.
—Estas corriendo un gran riesgo al venir aquí —dijo—. ¿Qué pasa si alguien te ve y adivina lo que estamos haciendo?
—Até mi caballo en la parte de atrás de las caballerizas y tuve cuidado. A menos que alguien estuviera mirando en ese momento por la ventana, lo más probable es que no me hayan visto —Ace tenía la mirada puesta en el escritorio—. ¿Dónde está el retrato de Edén?
La boca de John se tensó cuando él volvió a sentarse frente a Ace.
—Después de que Joseph me enviara una nota diciéndome el extraño parecido con Caitlin O'Shannessy y su certeza de que Edén es la hija de O'Shannessy, tenía miedo de tener su foto. La gente viene aquí a verme por los préstamos, ya sabes. Temía que alguien pudiera ver la foto de Edén y empezar a atar cabos.
—Bien pensado —observó Ace. Mirando a los ojos a su futuro cuñado, añadió—. El apellido de Caitlin ya no es O'Shannessy.
John pasó una mano por su cabello oscuro y se subió las gafas sobre la nariz.
—Sí, lo sé. Joseph me informó del matrimonio. No es lo que yo había escuchado. Durante semanas, era lo único de lo que se hablaba por aquí. —Se encontró con la mirada de Ace—. Había oído que la tumbaste sobre el heno y tuviste que casarte con ella ¿Puedes creer las mentiras que las personas dicen cuándo empieza a correr un chisme gordo? Y sobre un hombre como tú. Es bastante alucinante.
Ace reprimió una sonrisa tímida.
—Sí, bueno, simplemente a veces las cosas no son como la gente cree. Caitlin no es el tipo de mujer joven que se dé un revolcón con un extraño. No puedo imaginar que nadie que la conozca bien pueda decir una cosa así.
John asintió, luego frunció el ceño ligeramente.
—Tengo que admitir, que me sorprendió escuchar que te habías casado con ella. Por lo mucho que odias a O'Shannessy, bueno… —Levantó las manos—. Podrías haberme derribado como a una pluma.
—Un hombre no escoge de quién se enamora. Simplemente sucede. Ella es una joven maravillosa.
Ace frotó la barba crecida de su mandíbula. Antes de ir a casa con Caitlin, necesitaba un afeitado. En su mente, se imaginó el pajar del establo, lleno hasta el borde con heno fresco. Sus pensamientos se fueron de allí, a la imagen de cómo Caitlin lo había mirado anoche, su delgado cuerpo arqueado contra él por el éxtasis. ¿Un revolcón en el heno, mmm. . ?. La idea tenía su mérito.
Con un sobresalto, se dio cuenta de que John había estado hablando. Volvió de golpe al presente.
—¿Qué dijiste?
—Simplemente te pregunté si va a haber un cambio de planes —repitió John—. ¿Quieres que empiece con las ejecuciones de las hipotecas antes de lo previsto?
—No. En realidad, he decidido que no va a haber ninguna ejecución hipotecaria. He cambiado de parecer, John. Ahora que estoy casado con Caitlin, siento las cosas un poco diferentes. La venganza es una mala base para construir un matrimonio. He decidido renunciar a ella. En pocas palabras, de hecho vamos a construir ese ramal ferroviario.
Los ojos azules de John se abrieron.
—Es una broma —Cuando vio que Ace estaba serio, silbó—. ¡Por los sagrados pantalones de Jehosha! Eso te costará una gran fortuna.
—Por favor, no me des sermones. Ya sé que no suena como una decisión de negocios. Estoy dispuesto a sufrir las pérdidas.
John lo miró durante un largo momento.
—Estamos hablando de algunas pérdidas bastante grandes, Ace. ¿Estás seguro de que lo has pensado con cuidado?
—Estoy seguro. Estoy pensando en ello como una inversión en mi futuro. Poder enviar mi ganado a Denver por ferrocarril disminuirá el número de reses que perderé. Pero esa no es mi única razón. Es principalmente personal. He decidido que hay cosas más importantes en la vida que el dinero. No puedo esperar que Caitlin pueda ser feliz con un hombre que se propone destruir económicamente a toda la gente que conoce, incluyendo a su hermano.
—¿Entonces qué debo hacer?
—En lugar de destruirlos, vas a darles un montón de dinero, aunque son todos unos ladrones, —observó John—. Patrick O'Shannessy incluido. Todos los hombres que han invertido en la tierra a lo largo de esa ruta lo hicieron a expensas de los agricultores de poca monta. Antes, cuando me percaté de eso, me decía que los agricultores habían recibido dinero por sus tierras, que no habían tenido otra opción y que, a pesar de haber sido engañados, iban a recibir más dinero que nadie. ¿Pero ahora?
—Ya he considerado eso. Voy a ofrecer a los inversores particulares exactamente lo que pagaron por la tierra, ni un centavo más. Si se niegan a vender, voy a amenazarlos con pararlas cosas hasta que sean incapaces de hacer frente a sus pagos de hipoteca, entonces serán excluidos. Van a darse por vencidos, no van a querer perder dinero.
—Ace, el dinero no crece en los árboles. No se puedes empezar a tirarlo a la basura. Cierto, que eres un hombre rico, pero no tan rico como Creso.
—Eres un financiero hasta la médula de los huesos, John. Es por eso por lo que originalmente te contraté en la corporación. Pero hay momentos en que los negocios y los sentimientos personales no se pueden combinar. Este es uno de ellos. Tengo que hacer esto. Necesito que me ayudes.
John llenó de aire sus mejillas.
—Muy bien, Ace. Lejos esté de mí, decirte cómo gastar tu dinero.
Durante las dos horas siguientes, los dos hombres discutieron lo que tendrían que hacer antes de poner en marcha la construcción del ramal ferroviario. Al término de su reunión, John dijo,
—Voy a empezar a enviarlas cuestiones de inmediato. Se necesita mucho más para construir un ramal que dinero, ya sabes.
—Sé que no va a ser fácil —Ace se levantó de la silla—. Sólo recuerda que la velocidad es fundamental. Por el bien de mi matrimonio, quiero este proceso terminado lo más rápido que puedas hacerlo.
Cuando Ace dejó la compañía hipotecaria, vio a Patrick O'Shannessy salir de la tienda de comida al otro lado la calle. Sus miradas se encontraron. Ace no pudo obligarse a sonreír, pero tocó la punta de su sombrero hacia su cuñado antes de volverse y dirigirse calle abajo hacia el salón.
Con cada paso que daba Ace, podía sentir la mirada de Patrick clavada en su espalda. ¿Durante cuánto tiempo había estado su cuñado en la ciudad?, se preguntó. ¿Lo habría visto Patrick entrar en Hipotecas Barbary Coast? Mierda. De todas las personas lo que podían haberlo visto, ¿por qué tenía que ser Patrick?
Cuando llegó a las puertas batientes del salón, Ace miró furtivamente al final de la calle. Como había sospechado, Patrick seguía de pie en la pasarela mirándolo, con el rostro arrugado en un ceño pensativo. Ace maldijo entre dientes y abrió de un empujón el salón.
El interior del establecimiento de bebidas olía igual que otros cientos que Ace había frecuentado. Humo rancio, whisky rancio, y el hedor de los cuerpos sin lavar. No era de extrañar que encontrara preferible el olor a estiércol del corral.
En el instante en que las puertas se cerraron detrás de él, una rubia con un vestido de lentejuelas de color rojo apareció, aparentemente de la nada, para agarrarle el brazo.
—Hola, guapo. ¿Qué dices de invitarme a un trago?
Ace le sonrió.
—Lo siento, cariño. Tengo otras cosas que hacer en este momento —Echando una mirada a los hombres del interior del bar, Ace se liberó de las manos de la mujer. Justo como había esperado, la persona que estaba buscando estaba allí de pie, amorrado a un vaso de whisky. Ace se acercó al mostrador , se abrió paso a codazos al lado del hombre robusto, de rostro rubicundo con rasgos contundentes y cabello castaño canoso—. Camarero, voy a tomar un whisky, por favor.
El camarero golpeó un vaso sobre el mostrador y lo lanzó sobre la superficie de roble bien barnizada hacia Ace. El hecho de que el vaso giró hasta detenerse justo delante de él daba testimonio de que su remitente había estado sirviendo whisky durante mucho tiempo. Agarró una botella de la estantería detrás de él a medio llenar, el hombre se acercó y escanció una medida bastante precisa de licor.
—Eso será dos pavos.
Ace metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó el cambio. Dejó el importe solicitado en monedas en la barra, cogió el vaso y bebió el whisky de un solo trago. Mientras bajaba el vaso, se volvió para mirar al hombre corpulento a su lado.
—Parece que la clientela aquí no ha mejorado mucho desde mi última visita —dijo en voz baja—. ¿Vienes aquí simplemente a pasar el día, Dublin? ¿O podría ser que tuvieras que beber para vivir con tu conciencia?
Cruise Dublin levantó la vista, sus ojos azules enrojecidos llenos a partes iguales de sorpresa y recelo.
—¿Te estás dirigiendo a mí, Keegan?
—Tan seguro como que hay infierno —Ace miró la barriga del hombre, que era tan considerable que estiraba los botones de la camisa—. Eres un pedazo de mierda. Yo no conozco al resto de la gente que está aquí, pero no me apetece mucho codearme con un mierda.
El rostro de Dublín se puso rojo furioso.
—Si estas tratando de comenzar una pelea conmigo, yo no soy tan tonto ni estoy tan borracho. He oído hablar de tu habilidad con un arma.
Ace sonrió.
—¿Ahora qué? —Metió la mano para desabrochar la cartuchera. Después de poner el arma en la barra, dijo—. ¿Cuál es tu excusa ahora, Dublín? ¿Cobardía?
—No tengo nada contra ti.
—Ahí es donde te equivocas —En un tono de voz tan bajo que nadie más podía oír, Ace añadió—. Ahí está el pequeño asunto de una chica de dieciséis años de edad que violaste, señor. Usted ha hecho su vida un infierno durante seis años. Esa es una de las cosas que yo no puedo dejar ir. ¿Entiendes?
—¡Ella miente! —dijo Dublín con un siseo.
—Yo no llamaría a mi esposa mentirosa si fuera tú. Eso puede hacer que me vuelva realmente loco.
—Entonces está equivocada.
—Yo no lo creo. Una mujer no tiende a olvidar al hombre que la violó. Es una de esas cosas que tiende a quedarse en su mente.
Dublín se puso frente a la barra de nuevo y cogió su vaso de whisky con mano temblorosa.
—¿Qué quieres de mí? ¿Una disculpa? Bien. Usted la tiene. Ahora déjame en paz.
Ace curvó su mano sobre la pistolera.
—Te estoy dando una opción, miserable pequeño saco de mierda. Puedes luchar como un hombre, o saco mi arma y te mando directo al infierno. Elije. Incluso te dejaré dar el primer golpe. ¿Esta es una oferta que no puedes dejar pasar?
Sin previo aviso, Dublín resopló y tiró el whisky en la cara de Ace. El licor se le metió en los ojos, dejándolo ciego temporalmente. Balanceándose lejos de la barra, moviendo la cabeza. Borroso, vio a Dublin agarrando una silla. Lo siguiente que supo fue que su cabeza estalló de dolor. Cayó como un roble talado, aterrizando de espaldas. Dublin enterró una bota en sus costillas, y luego lo pateó de nuevo. Y de nuevo. El aliento abandonó los pulmones de Ace. Poniéndose de rodillas, trató de levantarse. Dublin lo envió de bruces de nuevo con otro golpe de la silla.
—¡Pelea! ¡Pelea! —gritó alguien. Ace oyó pasos corriendo. Entonces una voz chilló—. ¡Llamar al Marshall! ¡Rápido!
A medida que el escozor del whisky en sus ojos se disipaba, Ace recuperó algo de su vista. Lo suficiente como para ver la bota de Dublín venir otra vez, de todos modos. Antes de que la patada bien colocada pudiera alcanzar su objetivo, Ace deslizó una mano y agarró al bastardo por el tobillo. Con un giro contundente, le hizo caer. Dublín aterrizó sobre su espalda. Estaba tan gordo, que parecía una tortuga tirada, con su vientre prominente, y sus cortas extremidades pataleando inútilmente.
Ace se levantó y agarró a Dublín por las solapas de su chaqueta. Lo puso de pie sacudiéndolo, le plantó un cuadrado puño en la boca. El sonido de los nudillos en conexión con los dientes hizo un ruido muy satisfactorio. Por Caitlin, pensó Ace. Por todas las lágrimas que había derramado. Por todo el dolor que había sufrido. Por todas las veces que había tenido miedo por lo que este hijo de puta le había hecho.
En cualquier otro momento, Ace se hubiera mantenido alerta. No se podía negar que tenía una ventaja física sobre el hombre de más edad, que no era realmente un partido justo. Dublín era bajo, gordo, veinte años mayor que Ace. No había comparación. Ace generalmente elegía a oponentes que pudieran devolverle bien los golpes.
No esta vez. Pensó en Caitlin, era de constitución y huesos frágiles. Tuvo la visión de sus grandes ojos azules, siempre tan llenos de sombras y oscuridad, con miedo. Este hijo de puta la había violado, sin importarle que ella no tuviera fuerza con la que luchar. Sin importarle si la humilló, o la aterrorizó, o le causó dolor. No fue un juego justo. Ahora Dublin iba a saber lo que se sentía.
Ace miró a los ojos asustados de Dublín, echó hacia atrás el puño y lo golpeó de nuevo. Y luego otra vez. Después de eso, dejó de contar.
En algún momento, uno de los otros hombres que había estado de pie en la barra agarró Ace por el brazo.
—Vale, socio. A menos que quieras matarlo, creo que ha tenido suficiente.
Ace soltó la chaqueta de Dublín y observó al hombre derrumbarse. Aterrizó con un golpe seco, un lado de la cara contra el suelo. La sangre le corría por la nariz y la boca. Respirando tan fuerte como si hubiera estado corriendo, Ace se quedó allí, los pies separados, las manos en puños, su mirada fija en el hombre inconsciente. No había terminado. Nunca estaría terminado. Había tenido la intención de hacer que se rebajase el pequeño bastardo. Hacerle arrastrarse de la forma en que, sin duda, había hecho a Caitlin denigrarse. De escucharle rogar. En cambio, le había golpeado hasta dejarlo sin sentido.
Ace dudaba de que Caitlin hubiera tenido tanta suerte. No había habido ninguna fuga a la inconsciencia para ella. No había tenido manera de bloquear el dolor. Esa era una de las cosas más terribles acerca de la violación, no se mata inicialmente a la mujer. Esto viene después, cuando tiene que vivir con el recuerdo de lo que ha pasado y la sensación de que nunca será capaz de descontaminarse.
—Nunca será suficiente —murmuró Ace en voz baja. Con eso, enterró la punta de la bota en el costado de Dublín con saña. Con todas sus fuerzas. Fue otra primera vez. Ace nunca había pegado a un hombre inconsciente. Cuando la pelea terminaba, todo había terminado—. ¡Púdrete en el infierno, pedazo de miserable basura!
Tambaleándose se volvió hacia la barra para tomar su arma, Ace se limpió la cara con la manga de la camisa. Acababa de abrocharse el cinturón de la pistola y se fue atar la pistolera cuando el estimable Marshall de No Name llegó a través de las puertas. Estyn Beiler. Al igual que su cohorte, Dublín, era un hombre corpulento que se había vuelto blando. Ace fijó una mirada llena de odio contra él. A pesar de que había encontrado al hombre innumerables veces en la calle desde su regreso a No Name, Ace seguía sintiendo una repugnancia casi insoportable cuando lo veía. Nunca olvidaría la noche de la muerte de su padrastro, o las caras de los hombres que habían sido los responsables.
Al mirar hacia abajo al cuerpo inconsciente de Dublín, Beiler gritó:
—Está usted bajo arresto, Keegan.
—¿Cuál es el cargo?
—Asalto.
Ace miró alrededor del salón, mirando a varios de los hombres junto a él directamente a los ojos.
—Todos lo vieron. Dublín me atacó primero.
—Así es —confirmó uno de los hombres—. Cruise dio el primer golpe. Enloqueció. Agarró una silla y le dio bien a Keegan.
El rostro de Beiler se puso rojo furioso.
—Cruise no es tan tonto. Usted tiene el doble de su tamaño y la mitad de su edad.
Ace se burló.
—Me doy cuenta de que por lo general se mete con las personas que no pueden defenderse. Supongo que esta vez se decidió a hacer una excepción.
Ace busco a su alrededor por su sombrero, que había salido volando cuando Dublin le había golpeado. Lo vio debajo de una mesa y se acercó a recogerlo. Después de enderezar el ala, se puso el Stetson en un ángulo en la cabeza, luego cortésmente tocó la punta del ala.
—Caballeros.
Con eso, salió. A pesar de que le dolía la cabeza, como si le ardiera, Ace estaba sonriendo cuando salió hacia la calle. Se quedó allí por un momento, sin importarle un comino que el cielo siguiera encapotado. Caitlin había dado en el clavo esta mañana, era un día absolutamente glorioso.